Metal Gear Solid, la primer entrega de la saga Metal Gear en 3D salió allá por 1998 para la PS1 y no se parecía nada que hayamos visto antes ni después. Acá te pasamos una retro review para revivir ese momento único en que probamos por primera vez la creación de Kojima.
El gran crítico de cine Roger Ebert remarcó en algún momento que es complicado tomarse en serio a los videojuegos como arte si aún no tenemos nuestro propio Citizen Kane virtual. Pero, ¿realmente hace falta? No era el Citizen Kane de los video juegos (aunque no faltó quien la acusara de esto) pero sí era una bestia completamente diferente, única, que no podría existir en otro medio.
Con la saga ya culminada y Hideo Kojima trabajando en Death Stranding, se nos ocurrió que era buena idea mirar atrás y recordar no al primer Metal Gear, sino al primer Metal Gear Solid, ese que jugamos todos y que recordaremos para siempre no importa qué tipo de juegos nos gusten hoy. Metal Gear Solid fue creado por Konami, pero más que nada es producto de la mente de nuestro querido Kojima, que ya era un veterano para entonces pero se convirtió en una absoluta celebridad, una especie de Syd Barret o Quentin Tarantino de los video juegos: genial, único, diferente.
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Que mencionemos gente de otros ámbitos cuando hablamos de Metal Gear Solid no es al azar: este es un juego que se nutre de cultura pop, de música, de cine, de arte, y todo lo convierte en una mezcla muy extraña. Si bien el juego arranca como una aventura con stealth (“infiltrá la base, rescatá al presidente, detené a los terroristas”), desde el primer momento el juego impacta con sus montajes cinematográficos, ángulos de cámara, música, diálogo y composición de imagen. Podés pensar que MGS es una carta de amor a las películas de espías, o películas de acción, y no estarías equivocado, pero Metal Gear Solid se trata de tomar algo y subvertirlo, incluso a si mismo.
La primer hora del juego uno puede creer que esto es algo parecido al contemporaneo Rainbow Six: hay stealth, gente hablando de cosas militares, bombas, terroristas, y armas que existen en el mundo real – Metal Gear es más exagerado y pseudo-futurista, pero nada del otro mundo, ¿no? Entonces aparece un psíquico levitando con una máscara de gas enfrente del protagonista, Solid Snake, a la vez que hay un ninja robot que da vueltas por la base militar, y un tipo que maneja un tanque y habla con sus cuervos. ¿Lo peor? no son parodias ni nada por el estilo, el jugador tiene que aceptar que estos existen, y que están ahí tirando todo el realismo por la ventana – esto no será realista, pero es en serio, y el jugador debe actuar en consecuencia, creando un contraste entre lo posible y lo imposible que enamora.
El gameplay es una joyita por sí misma: Snake tiene una variedad de armas, granadas, y equipo que se ajustan a cada situación (duelo de francotiradores, infiltración, derribar un helicóptero o combatir contra robots gigantes), y todo está condimentado con gráficos de punta (para la época, hermano), excelente control y gameplay que se acomoda a variedad de situaciones que siempre hace al jugador sentirse en desventaja pero con posibilidad de perseverar. Sin embargo, donde el juego brilla es en la presentación, historia, arte, diálogos, ambiente y personajes. Metal Gear hace algo único: sabe que es un video juego, y quiere que el jugador sepa que lo sabe.
En Metal Gear Solid hay constantes rupturas a la cuarta pared, o secuencias que atraviesan la cámara. Los personajes te piden que pulses “select” para hablar con ellos, que salves el juego, o que te cuides porque no hay continues. Una secuencia literalmente pide que chequees la caja del juego para ver una frecuencia de radio y hablar con otro personaje, y es una locura. Peor un boss que detecta los datos en tu memory card, y comenta que te gusta el Castlevania. Esto no es como Deadpool o Paper Mario donde se usa para hacer chistes, acá nunca pierden la cara de serios, y dota al juego de un ambiente esquizofrénico que es absolutamente único: no es sólo Snake quien se enfrenta a estas situaciones, el jugador también está ahí. Cuando Snake es confrontado por sus enemigos y le dicen “disfrutás de todo esto, la muerte, la sangre, la adrenalina”, de quien hablan es de la persona que sostiene el control.
Paulatinamente, la historia va escalando niveles y de un principio casi íntimo evoluciona en explosiones, diálogos épicos, bombas nucleares, y traiciones dentro de traiciones. Los personajes hablan, gritan e interactúan haciendo que el jugador llegue a conocerlos, a entender sus acciones y personalidades, y a tenerles cariño. Para 1998 en consolas, sumado al talento vocal, esto era revolucionario. Y comparado a otros grandes clásicos con foco en la historia (Final Fantasy, Xenogears, Resident Evil o Clock Tower, por ejemplo) Metal Gear Solid se deja disfrutar completo de principio a fin, y el juego es atemporal – las cosas que lo hicieron revolucionario en 1998 siguen siendo revolucionarias hoy, nostalgia a un lado.
Hoy en día Metal Gear Solid tiene sus propias secuelas, y un legado del que pocas series pueden jactarse. Cada juego es más grande y extraño que el anterior, y en cada uno Kojima promete que es el último que hace, cosa que parece haber cumplido finalmente. Es claro que aunque las secuelas fueron buenas, el MGS1 está así bien como está, y como el buen vino, el tiempo nomás lo puso mejor. Excepto los gráficos, esos podrían recibir una manito de pintura.
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Arriba hablábamos del Citizen Kane de los video juegos, pero Metal Gear se parece más a Terminator o Back to the Future. Es exagerada, irreverente, inventa cosas, pero todo lo hace con seriedad y sin tomar al jugador/espectador por idiota: lo que ves, por más ridículo que sea, no es una parodia sino algo absolutamente genuino, y todo el universo actuará en consecuencia. Puede ser que en algún momento (en especial en juegos posteriores) te parezca que ya se pasaron de vuelta de tantas pavadas que inventaron, pero la clave de Metal Gear, el espíritu de Metal Gear es que nunca te va a mentir o engañar, y todo lo hace con la pureza de un corazón de oro.